"Madurez del hombre adulto: significa haber reencontrado la seriedad que de niño tenía al jugar". (Friedrich Nietzsche)

martes, 29 de octubre de 2013

De la justicia y la educación




Durante estos últimos días, en la sociedad española se ha producido un sobresalto por la sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, el cuál ha sentenciado como ilegal la Doctrina Parot que servía para compensar el desbarajuste del Código Penal español hasta 1995.



Pese a que no soy jurista, por la información de la que tengo constancia, la sentencia es irreprochable desde un punto de vista estrictamente legal. De cualesquiera de las maneras, no quisiera entrar a valorar aquí sí, efectivamente, es una sentencia justa o no. No es el tema del que quiero tratar y, probablemente, me vendría grande.

Quisiera ir, sin embargo, más allá. Al fondo de todo. A cómo entendemos la justicia como principio, no en términos legales. Porque, ¿Qué es justicia?

Como todas las preguntas sobre conceptos tan generales, la respuesta nunca puede ser sólo una, ni nunca plenamente satisfactoria. No obstante, vamos a hacer un esbozo.

El dolor causado por la muerte, desaparición, tortura... de un ser querido, debe ser inimaginable. En verdad, lo es, dado que soy incapaz de ponerme en la piel de alguien que llega a sentir algo tan tremendamente duro. Me hago a la idea, no obstante, de que el trago debe ser infinitamente amargo. De ahí pues que, cuando se halla el culpable de dicha tropelía (ya sea un terrorista, un violador o quién sea), las personas más cercanas a la victima, sienten en sus entrañas, mayoritariamente, un deseo de venganza. Este deseo no es racional en sentido estricto, pero es el sentimiento más comprensible del mundo en ese momento. ¿Quién no sentiría algo parecido en tal situación? Así sucede que, para alguien próximo a la víctima, nunca hay castigo suficiente para aquél que no sólo ha destrozado la vida de la victima, sino de esas personas allegadas. ¿Cuánto es justo para el que es incapaz de escapar del odio y la venganza? Casi con toda seguridad, esa persona allegada, pensará en cosas que, quizás, jamás diga en público porque sabe de lo terrible que reclama pero, por otra parte, no puede dejar de sentirlo. Es más que probable que desee que los culpables sufran, quizás también físicamente, y que, incluso, sean muertos. No obstante, no voy a convertir este texto en una discusión sobre la validez o no de la pena de muerte o de la cadena perpetua, sobretodo, porque, afortunadamente, a quién le toca sufrir dicha desgracia, no es quién tiene que dirimir la pena que se le impone al culpable o culpables. Para los más próximos a la víctima, ¿Qué es justo? ¿Que alguien cumpla 20 años de prisión? ¿25? ¿Que no salga nunca más?


Es muy difícil estar en la situación de “próximo a la víctima”. Por fortuna, no todos se tienen que ver en esta situación, y hay personas que pueden mantener la cabeza fría y analizar en otros términos. Porque, bien, al fin y al cabo, la base de nuestro sistema penal se basa en la posibilidad de reinserción. Podemos discutir sobre ello. Probablemente muchas personas no se reinserten nunca: porque, quizás, les gusta lo que hacían, porque son algún tipo de enfermo mental que no es susceptible de cura, porque el sistema no es lo bastante eficiente como para modificar las tendencias violentas de muchos de los reclusos... Pero se debe intentar. Especialmente, se debe evitar que se de este último caso: que si alguien no se reinserte no sea por falta de medios, que no sea por fallo del sistema. Aún así, quizás en muchos casos se haya llegado tarde: esas personas, quizás, no cambien nunca. Una verdadera tragedia, pero algo probablemente cierto.




CC; Imagen de dominio público (fuente: www.clker.com)


De cualesquiera de las maneras, en esto se debe pensar porque, una vez hecho el daño, no se puede reparar de ninguna de las maneras. El castigo al culpable sólo puede ser, a lo sumo, un alivio. Pero la víctima ya lo ha perdido todo, y la familia o allegados de ésta, siempre vivirán destrozados por ello. Ya condenen al culpable a 20 años de prisión, a 25, o, incluso, aunque se le pudiera condenar a muerte: en los allegados, la mayor dureza de las penas, sólo podría producir un alivio más o menos considerable pero, una vez pasado el efecto de esta “satisfacción”, la cicatriz seguiría quedando ahí, recordándonos que, por mucho que queramos hacer, lo irremediable no puede dejar de serlo.


Por ello, desde la frialdad que otorga el poder estar fuera de la desdicha de las víctimas y sus allegados, debemos pensar en dos cosas:



  1. Una vez sucedida la desgracia, lo que se trata es de que no vuelva a suceder. De esta manera, el castigo pasa a un lugar relativamente secundario. Es decir, es preferible que salga a la calle un asesino después de 20 años, si cuando sale a la calle no vuelve a delinquir, que no que salga a la calle un asesino después de 30 años, bajo la sospecha de que es probable que vuelva a cometer alguna tropelía. No debemos perder de vista que, desgraciadamente, lo hecho, hecho está, y que pese a que el castigo es necesario e importante, lo es aún más, el tratar de evitar que eso vuelva a suceder. Ese logro es aún superior.

  2. Es probable que, en muchas ocasiones, no se tenga éxito reinsertando a la persona culpable, pasen los años que pasen; se castigue como se castigue. En ese caso, en vez de centrarnos en como ampliar el castigo o, incluso, en como eliminar el problema puntual (pena de muerte) para evitar posibles reincidencias, debemos ir a lo más importante: a como evitar que en un futuro salgan más personas como ésta, totalmente irreconducibles. Y ahí la educación pasa a tener un papel importante. Es posible que sea inevitable que, de vez en cuando, salga una persona fuera de todo esquema y que sólo pueda hacer daño en toda su vida. Pero debemos de tratar de minimizar, y si se puede, eliminar esta posibilidad. Para ello, debemos vivir en una sociedad sana, en una sociedad no excluyente, que ayude a los demás cuando lo necesitan y según sus necesidades. Y, sobretodo, una sociedad que comprenda y atienda las víctimas pero que no traslade su odio personal e inevitable, es decir, su deseo de venganza, a los demás, porque de éstos tienen que emerger las cabezas frías que puedan juzgar y porque, de éstos, también cabe la posibilidad de que vuelvan a salir nuevos verdugos. O no.

Alex Mesa
29-10-2013
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