"Madurez del hombre adulto: significa haber reencontrado la seriedad que de niño tenía al jugar". (Friedrich Nietzsche)

martes, 17 de diciembre de 2013

Percepción de comunidad

- Fuente original: http://sites.google.com/a/alexmesa.com/escritura/reflexiones/percepciondecomunidad


Cada cuál tiende a vivir su vida, como es lógico, como propia. Lo es, sin duda, en muchos sentidos. El logro intelectual por excelencia de la humanidad, es decir, alcanzar la autoconciencia, lleva a que se comprenda que nuestra vida nos pertenece. Lleva a distinguirnos de los demás, a saber donde acabamos nosotros como entidad individual corpórea y mental. Es decir, saber distinguir entre un yo y los demás.



Cuando uno está sano y sin ningún tipo de patología o deficiencia de ningún tipo, aún este sentimiento es más fuerte, comprensible y fácil de comprobar. Uno puede levantar cualesquiera de sus manos a su antojo, puede decidir cuando hablar o cuando permanecer callado, puede sentir su propia respiración si se detiene a escucharla, etc.



Sin duda alguna, los seres humanos somos constituidos como seres individuales y fácilmente limitables (al menos en el aspecto físico).

Sin embargo, ¿alguna vez se han parado a pensar, quiénes serían ustedes, sin el resto de seres humanos?



Por supuesto, no pretendo referirme a la obviedad que supone decir que para haber nacido, debe uno haber sido engendrado por otros seres humanos (con el material genético de ellos, al menos).



Pretendo referirme a qué sería de ustedes, de mi, de todos, si, por poner, esta vez sí, un ejemplo típico, nos quedáramos solos en la Tierra.



No puedo vacilar acerca de la capacidad de cada uno. Seguro que muchos de ustedes son buenos en muchas cosas y, quizás, muchos crean que son especiales en lo que hacen. Y, probablemente, esto sea así. Algunos serán unos excelentes profesionales del sector de la construcción o de la locomoción, a la vez que, quizás, sean buenos amantes y padres. Otros serán virtuosos de la canción, buenos actores, deportistas consumados o, como en mi caso, les guste escribir sobre aquello que piensan. La mayoría se resistirá, con gran razón, a pensar que son un número más en un gigantesco engranaje. Cada uno, a su manera, aporta un factor diferencial. Y es bueno que esto sea así: hay sitio y debe haberlo, para la personalidad.



No obstante, repito, ¿alguna vez se han parado a pensar, quiénes serian ustedes, sin el resto de seres humanos?

 CC; Imagen de dominio público (fuente: www.clker.com)




Ejemplificando mi caso, me resultará más fácil explicarme. Yo soy una persona que, con mayor o menor acierto, trato de escribir (de una manera original, a poder ser). Soy doctorando de mi universidad y aspiro a poder vivir de mis esfuerzos intelectuales. Con algo de suerte y valía, es probable que este punto llegue a cumplirse algún día (aunque tal y como están las cosas... eso daría para otro artículo).



Sin embargo, al igual que todos ustedes, yo nunca seré una persona independiente de una forma plena. Es más, en realidad, nunca podré ser independiente en casi nada.



Me explico. Yo no soy la persona que produzco la mayor parte mi alimentación. Ni mi ropa. Ni la energía que consumo en casa. Ni tampoco soy quién se fabrica sus antibióticos, si alguna vez los necesito.



Aunque yo pueda llegar a poseer un sueldo con el que costear económicamente todo esto y, así, poder conseguirlo, nunca podré decir que lo he conseguido de una manera independiente.



No voy a entrar a valorar si el precio que pagaré por todo esto es justo o no. Ese no es el tema. El tema es que, para que yo pueda ocupar la mayor parte de mi tiempo en hacer aquello que se me da bien, otros tienen que dedicar su tiempo en aquello que a mi, de mientras, me hará falta.



Solo me he remitido a algunas de las cuestiones más básicas, aunque, en verdad, así es con todo. Lo es, cuando voy al cine o al teatro a entretenerme o culturizarme. Lo es, cuando he asistido a cursos para formarme. Lo es, cuando leo libros que me resultan interesantes. Y, espero, que lo sea cuando a alguien le sirvan mis esfuerzos y trabajo para seguir adelante.



El grado de utilidad directa de lo que hace cada ser humano, es muy variable. Entre otras cosas, porque no todo el mundo lee, pero sí que todo el mundo necesita comer. Pero lo que está claro es que, ningún ser humano, por rico o inteligente que pudiera ser, podría hacer prácticamente nada, sin que existiera otro ser humano. Y reitero, que se pague un precio monetario por todo lo que he dicho, no elimina el hecho de que ha mediado otra persona. Y de que es necesario que esa persona exista.



Si no me creen o no me acaban de comprender , simplemente piensen en que cosas podrían hacer ustedes en una isla desierta (totalmente desierta). O mejor aún, piensen que harían personas como Amancio Ortega, Bill Gates o Emilio Botín. Por mucho dinero que tuvieran, no conseguirían apenas garantizar su subsistencia. Se pasarían la mayor parte de su tiempo tratando de alimentarse y, probablemente, no les sobraría tiempo para mucho más.



Y si le buscan una utilidad o sentido a esta reflexión, creo que puedo dárselo. Aunque en su día a día se sientan muy especiales con lo que hacen y, si es el caso, satisfechos porque creen que pueden tener todo a su disposición, piensen que nadie, absolutamente nadie, es totalmente independiente.



Quizás, de esta forma, algún día se podrá recapacitar y pensar que, efectivamente, no se puede apretar las tuercas de algunos hasta el punto de la cuasi-aniquilación.



Porque todos, en mayor o menor medida, hacemos falta. Porque todos formamos parte de una gran comunidad, aunque el dinero, nuestra autoconciencia, u otros factores, nos hayan hecho perder la percepción sobre su existencia.


Alex Mesa

17-12-2013

Nota: Está permitido  reproducir parcial o totalmente este artículo siempre y cuando se cite la fuente (la dirección web) y el autor                                                     original. Queda prohibida  la venta o utilización de este artículo con fines económicos sin previa consulta al autor.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Corrupción, auto-realización, cultura y aburrimiento (Parte I)


Desde hace ya bastante tiempo, en España, nos estamos acostumbrando a oír noticias referentes a la corrupción.Que si Bárcenas esto, que si Cospedal aquello... Tenemos a Urdangarín, el caso de los ERE en Andalucía, la trama Gürtel en su totalidad... En fin, y otras muchas cosas que, probablemente, nos queden por saber (o que quizás no conozcamos nunca).


La situación actual de crisis económica, ha aumentado, como es lógico, la sensibilidad respecto al tema de la corrupción. Una ciudadanía sana, no acepta nunca la corrupción, pero una ciudadanía que pasa penurias, lo tolera mucho peor, obviamente.


Sobre esto ya se ha dicho y escrito mucho. Cuando se quiere abordar con más profundidad este tipo de temas, suelen salir a la palestra, preguntas del tipo "¿Nos merecemos esta clase de dirigentes y altas esferas?" Hay quién dice que, un pueblo, siempre merece los gobernantes que tiene: se le presupone, a este pueblo, capacidad para desautorizar a quién no cree que le representa.


Sin embargo, no quiero indagar yo en este tema. Desde hace ya algún tiempo, le estoy dando vueltas a una idea. Y en los últimos días creo haberla clarificado. Mi pregunta es, ¿Por qué sucede la corrupción?


Una pregunta como ésta, no se puede esperar que tenga una respuesta única. Pero si acotamos los términos, quizás nos aproximemos.


Veamos. Para empezar: hay que definir que clase de corrupción acontece en España actualmente.


La mayor parte de la corrupción, por la cuál, la población se está "sulfurando" es una corrupción de tipo político. Así lo atestiguan multitud de casos.


Pues bien. Habrá que preguntarse porque sucede este tipo de corrupción. Yo tengo mi opinión, y eso es lo que quiero exponer.


Si se piensa en la mayoría de los casos de corrupción, las personas involucradas y que se han lucrado de ella, suelen tener sueldos que, si bien no suelen ser millonarios, no son nada desdeñables y están claramente por encima de la media ciudadana. Difícilmente encontraremos a ninguno que perciba unas rentas inferiores a 3.000 o 4.000 euros mensuales. De este modo, podemos descartar la necesidad extrema (entendiendo a ésta como la necesidad de cobijo y alimento) de los corruptos.



CC; Imagen de dominio público (fuente: www.clker.com)

El dinero tiene muchas formas de gastarse. Y a muchos niveles. ¿Cuántos casos habremos conocido de ricos que se han arruinado? Sin embargo, percibir una renta de 4.000 euros mensuales, te puede dar un tren de vida bastante aceptable. Sí, se me podrá decir que la gente rápido se acomoda y sí los gustos se sofistican, enseguida puedes gastarte ese dinero. Eso es cierto, pero sí nunca has tenido más que eso, y no has caído, aún, en la tentación de recibir nada más ilícitamente, es indudable que una renta de este tipo (más los privilegios muchas veces asociados a sus cargos públicos), da para vivir bastante bien.


Pero bien, el caso es que la corrupción sucede. Y no sucede por necesidad extrema. Con lo cuál, ¿es porque perciben poco dinero? ¿Menos del que se creen merecer?

Supongamos, que en vez de cobrar 4.000, cobraran 6.000, ¿Se acabaría el problema? Lo dudo, pues algunos corruptos ya percibían, legalmente, rentas superiores a ésta (renta neta, por supuesto). Bueno... Entonces, ¿Quizás con 10.000€ mensuales se arreglaría el problema? Lamentablemente, parece que tampoco. Algunos también cobraban rentas superiores a ésta.


No creo que sea cuestión de número. La corrupción sigue sucediendo. ¿Y por qué? Pues, quizás, la respuesta puede parecer obvia: porque para muchos, el dinero da la felicidad.


Podréis pensar que si, después de toda esta parrafada, mi conclusión es llegar a un tópico, no he conseguir aclarar mucho. Me voy a explicar.


El dinero es, sin duda, de vital importancia en nuestras vidas. Es el medio de nuestro sustento.  A través de él, conseguimos nuestro alojamiento (en propiedad o alquiler), conseguimos víveres, ropa... Con dinero pagamos nuestros medios de transporte, nuestros entretenimientos (libros, televisión, etc.) e, incluso, nuestra salud (medicamentos y demás). Eso está más que claro. Nadie lo duda. Todo el mundo lo sabe. Bien. El dinero como medio es una realidad incluso para el mayor de los anarquistas (otra cosa es que no le gustara que fuera así, pero, de facto, lo es).


El problema es cuando el dinero no es un medio para la obtención de algo, sino un fin en sí mismo. Así llegamos a los avaros. Los avaros son aquellas personas que, simplemente, disfrutan amasando dinero. Disfrutan teniendo más y más, aunque, quizás, nunca se gasten una buena parte de lo que obtienen. Es el placer que produce ver crecer un número. Por supuesto, existe una versión suavizada del deseo de obtener el dinero por sí mismo que consiste en irse creando "necesidades" cada vez más caras, para poder asistir a la ceremonia que consagra el poder del dinero y, así, justificar, en buena medida, el querer amasar más y más.


Pues bien, esta manera de entender el dinero como fin, aunque sólo sea en su versión "soft", es lo que lleva a los corruptos, a serlo.


Ahora, la pregunta es, ¿Por qué sucede esto?, ¿Es patológico?, ¿Es porque son más listos que nadie?, ¿Es inevitable que suceda?


Y en este caso, me alegra poder mandar un mensaje que, al menos parcialmente, esperanzador: sí, se puede evitar.


Alex Mesa

08-11-2013

   Nota: Está permitido  reproducir parcial o totalmente este artículo siempre y cuando se cite la fuente (la dirección web) y el autor original. Queda prohibida  la venta o utilización de este artículo con fines económicos sin previa consulta al autor.








martes, 29 de octubre de 2013

De la justicia y la educación




Durante estos últimos días, en la sociedad española se ha producido un sobresalto por la sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, el cuál ha sentenciado como ilegal la Doctrina Parot que servía para compensar el desbarajuste del Código Penal español hasta 1995.



Pese a que no soy jurista, por la información de la que tengo constancia, la sentencia es irreprochable desde un punto de vista estrictamente legal. De cualesquiera de las maneras, no quisiera entrar a valorar aquí sí, efectivamente, es una sentencia justa o no. No es el tema del que quiero tratar y, probablemente, me vendría grande.

Quisiera ir, sin embargo, más allá. Al fondo de todo. A cómo entendemos la justicia como principio, no en términos legales. Porque, ¿Qué es justicia?

Como todas las preguntas sobre conceptos tan generales, la respuesta nunca puede ser sólo una, ni nunca plenamente satisfactoria. No obstante, vamos a hacer un esbozo.

El dolor causado por la muerte, desaparición, tortura... de un ser querido, debe ser inimaginable. En verdad, lo es, dado que soy incapaz de ponerme en la piel de alguien que llega a sentir algo tan tremendamente duro. Me hago a la idea, no obstante, de que el trago debe ser infinitamente amargo. De ahí pues que, cuando se halla el culpable de dicha tropelía (ya sea un terrorista, un violador o quién sea), las personas más cercanas a la victima, sienten en sus entrañas, mayoritariamente, un deseo de venganza. Este deseo no es racional en sentido estricto, pero es el sentimiento más comprensible del mundo en ese momento. ¿Quién no sentiría algo parecido en tal situación? Así sucede que, para alguien próximo a la víctima, nunca hay castigo suficiente para aquél que no sólo ha destrozado la vida de la victima, sino de esas personas allegadas. ¿Cuánto es justo para el que es incapaz de escapar del odio y la venganza? Casi con toda seguridad, esa persona allegada, pensará en cosas que, quizás, jamás diga en público porque sabe de lo terrible que reclama pero, por otra parte, no puede dejar de sentirlo. Es más que probable que desee que los culpables sufran, quizás también físicamente, y que, incluso, sean muertos. No obstante, no voy a convertir este texto en una discusión sobre la validez o no de la pena de muerte o de la cadena perpetua, sobretodo, porque, afortunadamente, a quién le toca sufrir dicha desgracia, no es quién tiene que dirimir la pena que se le impone al culpable o culpables. Para los más próximos a la víctima, ¿Qué es justo? ¿Que alguien cumpla 20 años de prisión? ¿25? ¿Que no salga nunca más?


Es muy difícil estar en la situación de “próximo a la víctima”. Por fortuna, no todos se tienen que ver en esta situación, y hay personas que pueden mantener la cabeza fría y analizar en otros términos. Porque, bien, al fin y al cabo, la base de nuestro sistema penal se basa en la posibilidad de reinserción. Podemos discutir sobre ello. Probablemente muchas personas no se reinserten nunca: porque, quizás, les gusta lo que hacían, porque son algún tipo de enfermo mental que no es susceptible de cura, porque el sistema no es lo bastante eficiente como para modificar las tendencias violentas de muchos de los reclusos... Pero se debe intentar. Especialmente, se debe evitar que se de este último caso: que si alguien no se reinserte no sea por falta de medios, que no sea por fallo del sistema. Aún así, quizás en muchos casos se haya llegado tarde: esas personas, quizás, no cambien nunca. Una verdadera tragedia, pero algo probablemente cierto.




CC; Imagen de dominio público (fuente: www.clker.com)


De cualesquiera de las maneras, en esto se debe pensar porque, una vez hecho el daño, no se puede reparar de ninguna de las maneras. El castigo al culpable sólo puede ser, a lo sumo, un alivio. Pero la víctima ya lo ha perdido todo, y la familia o allegados de ésta, siempre vivirán destrozados por ello. Ya condenen al culpable a 20 años de prisión, a 25, o, incluso, aunque se le pudiera condenar a muerte: en los allegados, la mayor dureza de las penas, sólo podría producir un alivio más o menos considerable pero, una vez pasado el efecto de esta “satisfacción”, la cicatriz seguiría quedando ahí, recordándonos que, por mucho que queramos hacer, lo irremediable no puede dejar de serlo.


Por ello, desde la frialdad que otorga el poder estar fuera de la desdicha de las víctimas y sus allegados, debemos pensar en dos cosas:



  1. Una vez sucedida la desgracia, lo que se trata es de que no vuelva a suceder. De esta manera, el castigo pasa a un lugar relativamente secundario. Es decir, es preferible que salga a la calle un asesino después de 20 años, si cuando sale a la calle no vuelve a delinquir, que no que salga a la calle un asesino después de 30 años, bajo la sospecha de que es probable que vuelva a cometer alguna tropelía. No debemos perder de vista que, desgraciadamente, lo hecho, hecho está, y que pese a que el castigo es necesario e importante, lo es aún más, el tratar de evitar que eso vuelva a suceder. Ese logro es aún superior.

  2. Es probable que, en muchas ocasiones, no se tenga éxito reinsertando a la persona culpable, pasen los años que pasen; se castigue como se castigue. En ese caso, en vez de centrarnos en como ampliar el castigo o, incluso, en como eliminar el problema puntual (pena de muerte) para evitar posibles reincidencias, debemos ir a lo más importante: a como evitar que en un futuro salgan más personas como ésta, totalmente irreconducibles. Y ahí la educación pasa a tener un papel importante. Es posible que sea inevitable que, de vez en cuando, salga una persona fuera de todo esquema y que sólo pueda hacer daño en toda su vida. Pero debemos de tratar de minimizar, y si se puede, eliminar esta posibilidad. Para ello, debemos vivir en una sociedad sana, en una sociedad no excluyente, que ayude a los demás cuando lo necesitan y según sus necesidades. Y, sobretodo, una sociedad que comprenda y atienda las víctimas pero que no traslade su odio personal e inevitable, es decir, su deseo de venganza, a los demás, porque de éstos tienen que emerger las cabezas frías que puedan juzgar y porque, de éstos, también cabe la posibilidad de que vuelvan a salir nuevos verdugos. O no.

Alex Mesa
29-10-2013
   Nota: Está permitido  reproducir parcial o totalmente este artículo siempre y cuando se cite la fuente (la dirección web) y el autor original. Queda prohibida  la venta o utilización de este artículo con fines económicos sin previa consulta al autor.

jueves, 16 de mayo de 2013

Esclavos de lo invisible


El humano contemporáneo se caracteriza por un sometimiento a lo invisible. En un sentido literal, además.

En ninguna otra época, ninguna civilización, que se sepa, estuvo tan preocupada por algo que es de difícil control.

Hoy en día, sabemos que existen miles de bacterias y virus que pululan por nuestro ambiente, de las que, en algunos casos, debemos estar prevenidos. Por ello, nos bañamos más a conciencia que nunca, procuramos tener las manos siempre limpias y, cuando nuestros hijos o allegados enferman, vamos deprisa al médico: el hecho de que no podamos ver como actúan según que organismos, sabemos, no quiere decir que no estén actuando.

Hoy en día, todos hemos oído hablar de algo denominado como “mercado” o, más comúnmente, “los mercados”. Sabemos que operan en bolsa, que se encargan de vender y comprar deuda de diferentes países... Pero no sabemos quién hay, con exactitud, detrás. No tenemos personas concretas a las que responsabilizar. Las hay. Pero no las vemos. Son, para nosotros, invisibles. Por ello acuñamos ese término tan abstracto de “mercados”. Y pese a todo, tenemos más miedo que nunca. Pues es precisamente por ello: no los vemos, y ellos lo saben.

Hoy en día, cualquier usuario informático medio, sabe que en muchas ocasiones su información está en riesgo en Internet. Estamos a expensas de que nos saboteen la webcam, que nos roben información bancaria, que violenten nuestra intimidad, que nos suplanten... Tratamos de protegernos y, sabemos, que si somos cautelosos reducimos los riesgos. Pero seguimos teniendo un cierto temor. Sabemos todo lo que nos pueden hacer, pero no sabemos quién. No vendrá nadie a nuestra a casa a buscarnos. No le pondremos rostro a la inquietud. Es, para nosotros, invisible.

Seguro que se nos podrían ocurrir otros ejemplos. La importancia de constatar estos hechos no es meramente anecdótica. No es, simplemente, una particularidad como cualquier otra. Las particularidades definen a las personas, a las épocas, a las culturas. Pero no todas son igual de significativas. Esta particularidad es muy significativa. O cuanto menos, tiene consecuencias importantes.

Cuando pensamos en nuestra preocupación actual por la seguridad, cuando vemos la suerte de teorías de conspiración que existe para casi cualquier cosa... Detrás está esto. El miedo. El miedo a lo desconocido. Sí, es cierto. No es lo desconocido en sentido literal: de todo lo que he dicho tenemos información. Y de todo, en mayor o menor medida, nos podemos prevenir. Sin embargo: sigue sin tener rostro.
                                                 CC; Imagen de dominio público (fuente: www.clker.com)

Los seres humanos hemos evolucionado durante milenios, poco a poco, adaptándonos de la mejor manera posible a nuestro entorno. Pero en nuestro entorno, cualquier enfrentamiento, cualquier rivalidad, cualquier peligro, se nos presentaba visiblemente: un guepardo que acechaba, nuestro vecino que quería usurparnos el hogar...

(Nota: Sí, es cierto. Todo no es invento nuestro. Las bacterias y virus que hoy constatamos que están ahí, ya lo estaban antes. Y algunas de ellas causaban muertes. De hecho, muchas más que ahora dado que no se prevenían de ningún modo. Pero nunca existió la amenaza de estas bacterias, virus u otros micro-organismos. No la hubo, porque nunca se constató su presencia. Esto no significa que ignorar su presencia fuera positivo para la vida humana, al menos, para salvarla. Pero sí que es cierto que consistía en un temor menos. Lo más parecido a la confrontación con lo invisible tiene que ver con el chamanismo, la magia... que se utilizaba para tratar de sanar la enfermedad que se desconocía su origen. Sin embargo, la personificación de las causas malignas, es na manera de poner rostro a nuestro enemigo. Una manera más de comprobar como, siempre, hemos sido incapaces de enfrentarnos a lo invisible, tal cuál.)

Es verdad: tenemos conocimiento. Podemos llegar a conocer hasta la más nimia particularidad que defina a alguno de estos agentes que, he dicho, pueden actuar sobre nosotros. Pero el conocimiento no basta. No podemos luchar contra nuestro deseo de ver y de conocer.

Nuestra vista, es nuestro sentido más desarrollado como especie. Y en su ausencia, tratamos de exprimir los otros 4 sentidos básicos para, de alguna manera,crear una “visión” de las cosas. No es una visión en sentido estricto. Pero ansiamos conocer, antes que el conocimiento. Es decir, ansiamos saber quién nos ataca, antes del qué.

No es casual, por tanto, que las formas que nosotros mismos hemos diseñado con algún tipo de potencial dañino (aunque esta no sea, en principio, su misión principal) busquen eliminar el rostro: porque sabemos de nuestro temor. Por eso existen “mercados”, por eso existen “virus” y “hackers”. Pero no sé si Juan o Ernesto están detrás. Y aunque eso parezca irrelevante, nos acaba angustiando.

De forma que pese a que el progreso que viene asociado a todo esto nos pueda merecer la pena, no cabe duda de que no podremos volver a vivir sin esa serie de temores. Pero tampoco nos preocupemos en exceso, de todas maneras, no hemos conocido otra forma de vivir. Nos la podemos imaginar y nada más. Así que seguro que usted ya está acostumbrado a esta inquietud. Porque nos podemos acostumbrar, ¿Verdad?


Alex Mesa

15-05-2013

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lunes, 6 de mayo de 2013

Conferencia "La filosofia i l'humor"

 Fuente original: http://www.filosofiadelhumor.com

Hola,

Me gustaría informaros de una charla que tiene como tema el humor y su relación con la filosofía, en el marco del ciclo de conferencias "La filosofia i qualsevol altra cosa" que organiza la Universitat de Girona.

El viernes 17 de mayo, a las 13:00h, el reputado filósofo y docente catalán Josep M. Terricabres realizará una conferencia titulada "La filosofia i l'humor". Este acto será llevado a cabo, en la Facultat de  Lletres de la Universitat de Girona (ver mapa) .

Tengo en principio poder asistir a esta charla para conocer de primera mano ideas que, a buen seguro, me ayudarán a progresar en mis tesis.

Espero que a vosotros también os pueda ser de gran ayuda y satisfacción.


Facultat de Lletres
Plaça Josep Ferrater i Móra, 1
17071 Girona, Spain
972 41 82 00
udg.es/fll

jueves, 11 de abril de 2013

Culpables



Disculpad las molestias. En las últimas semanas no me ha sido posible actualizar la web y redactar nuevos artículos. Espero poder seguir manteniendo la columna semanal, a partir de ahora.

Sobre algo ligado con lo que significa disculparse, quería escribir en esta ocasión.

Pese a su arraigo cultural, la culpa se manifiesta, no obstante, necesariamente como un sentimiento. Comento lo del arraigo cultural porque, al menos la sociedad occidental, ha convivido con la culpa como algo que estaba "ahí". 
El cristianismo representa una expiación respecto a la culpa del pecado original y una vía rápida hacia la redención pero no hacia la exculpación: el sentimiento de sentirse responsable de algo es algo interior que no es lavado simplemente porque sea perdonado. Quizás esta visión pudo llegar a ser paralizante y obsesiva. Ahora estemos, quizás, en el lado opuesto.

Pero decía que, al fin y al cabo, la culpa se manifiesta siempre como sentimiento de culpa. Es una emoción. Siempre hay una motivación para este sentimiento pese a que, como tal, no funcione bajo parámetros lógicos-matemáticos (lo cuál no quiere decir, en absoluto, que sea irracional, ni mucho menos). Que haya una motivación para sentir o padecer este sentimiento no quiere decir que pueda ser siempre evitado. En la mayoría de ocasiones el "obrar bien" o no, no es cuestión absoluta de "blanco o negro" sino relativa a las posibilidades que a uno se le ofrecen o, más concretamente, a las posibilidades que le de a uno tiempo de visualizar. Las buenas intenciones se presuponen (aunque no siempre estén detrás de cada acción). Pero esto no excluye que, finalmente, se produzca un daño y, aunque este se produzca de una manera involuntaria, es totalmente sensato sentirse mal por ello. Sentirse culpable.


 CC; Imagen de dominio público (fuente: www.clker.com)

¿Por qué digo todo esto?

No quiero teorizar mucho más. La cuestión es clara: todos quieren expiar su culpa.

Cuando alguien que, por ejemplo, está representando a otras personas, acaba ocasionando a éstas un agravio, los agraviados no deben suponer mala intención. Pero es que no hace falta. No por ello dejan de ser culpables aquellos que producen el agravio.

Uno puede sentirse culpable por haber priorizado deliberadamente su propio beneficio a costa del prejuicio de otros pero, también, puede sentirse culpable por haberse equivocado. Esto no es excluyente. Y la culpabilidad aquí equivale a asumir responsabilidad. Porque, si nos afanamos en ser libres o pretendemos serlo, somos responsables.

Si alguien se ve forzado a contradecir sus ideas, tiene opción: puede marcharse. O puede contradecirlas. O ambas cosas (en orden inverso; se entiende). Pero debe responsabilizarse de lo que hace. No puede simplemente excusarse en las circunstancias y creer que esas mismas circunstancias le dan legitimidad moral para obrar en contra de sus principios y no sentirse mal por ello.

Creo que se entiende. Edipo se cegó a propósito para no continuar viendo el horror que, sin querer, había provocado. Se responsabilizó de un acto del cuál no tuvo responsabilidad consciente. Se responsabilizó extremadamente. Nunca supo que se había casado con su madre, ni que había matado a su padre, pero cuando lo supo, cargó con ello en sus hombros.

No se trata de llegar hasta el extremo de Edipo. Pero hoy en día, quiénes hacen y deshacen en nuestro nombre, que sepan que no pueden estar cómodos. Cuando obran en contra de lo que prometieron, de lo que creyeron o de lo que los demás esperaban, están traicionando a los demás y a ellos también. Y son responsables. 

No puedo ni quiero juzgar que debe significar ser responsables. Que consecuencias debe ello tener. Pero si exijo que asuman la culpa. Que den un paso al frente y admitan su fracaso, su culpa. Y, por favor, que no duerman tranquilos pensando en lo que les impidió hacer lo que decían: porque siguen siendo culpables.

Alex Mesa


11-04-2013


                                                   Nota: Está permitido  reproducir parcial o totalmente este artículo siempre y cuando se cite la fuente (la dirección web) y el autor   original. Queda prohibida  la venta o utilización de este artículo con fines económicos sin previa consulta al autor.


jueves, 7 de marzo de 2013

La insoportable levedad de la vida


Hace ya tiempo, se dio a conocer el caso de un presentador de televisión español (más bien un showman de programas de media-tarde) que, tras ser picado por una araña, tuvo que pasar un calvario médico que le llevó a ver peligrar su vida y que, finalmente, se saldó con la extirpación de un trozo de carne de una mano.
Creo que fue aún en pleno shock por lo recién vivido que, llamado por un programa de televisión, acudió para comentar su experiencia.

El caso es que esta persona se mostró muy nerviosa y airada, algo comprensible, pero lo más importante era que se encontraba anonadado. Perplejo por algo: una "simple" araña había estado cerca de ocasionarle la muerte y, aunque no se llegó a tal fatalidad, le hizo pasar un mal trago importante. Este hombre de televisión, vino a decir en reiteradas ocasiones que había estado a punto de morir por una "puta araña", por una "simple araña".

Recordando este suceso es como se me ocurrió parafrasear a Milan Kundera
1 para escribir este artículo.

Porque, ¿Qué hay detrás de las palabras de este individuo?

Sí, sin duda. Hay una experiencia traumática, que, con casi plena seguridad, nos atormentaría a todos. Pero también hay algo más. Algo que ahonda más en la herida. Es una incomprensión. Una perplejidad. Y esta perplejidad se denota, por ejemplo, en lo de "simple araña".

Hace ya algunas semanas, escribí aquí mismo un artículo titulado "Somos cuerpo" en el cuál reivindicaba el papel crucial que tiene el cuerpo en tanto que no es una herramienta nuestra sino que es un "nosotros mismos". Achaqué a la toma de consciencia (autoconciencia) por parte del ser humano, un primer alejamiento del cuerpo. Como si esa mente (surgida de la toma consciencia) no fuera algo nuestro, sino nosotros mismos. Pensar desde "arriba", por simplificar, nos alejaba de todo nuestro cuerpo y nos hacía pensar en él como una herramienta (dado que somos conscientes de que, en un estado óptimo, somos capaces de mover, por ejemplo, nuestras extremidades a plena voluntad).

Pues bien, de esta autoconciencia, se deriva, también (no directamente claro, pero si como consecuencia derivada de un primer causante) un cultivo extraordinario de lo que llamamos personalidad. Un cultivo de muchas facetas que nos definen: yo escribo, otras personas cantan, otras son muy útiles en sus empleos haciendo cualesquiera cosas, otros nutren su tiempo libre viendo cine o leyendo libros... En fin, vamos llenando nuestras vidas de experiencias, habilidades, accesorios... de la misma manera que un piso nuevo se va amueblando cada vez más con el paso de los años. Al cabo de un tiempo (creo que este momento ya se da en la propia niñez),  nuestra vida suele ser tan rica de cosas (aunque nuestro nivel cultural o nuestro nivel económico no sea muy elevado; pues no se habla aquí de cosas estrictamente materiales sino de experiencias) que olvidamos continuamente algo tan obvio como que vamos a morir. Sí, cierto. Asumimos que algún día seremos bastante mayores y moriremos. Lo sabemos y lo asumimos. Pero, realmente, no aceptamos la fragilidad de la vida. No nos ponemos en múltiples circunstancias que se pueden dar.

CC; Imagen de dominio público (fuente: www.clker.com)


Nuestra percepción de la vida lineal y nuestra ansía de progreso(que no siempre ha sido del todo así; ni tan siquiera en nuestra historia autoconsciente) nos lleva, indefectiblemente, a olvidar lo frágil que es, realmente, nuestra existencia. Porque ya no nos creemos animales. Asumimos una cuota muy reducida de muerte: programada y estipulada en una vejez remota. Nada más.

Relacionado con esto, no percibimos nuestro entorno de la misma manera. Por mucho amor que sintamos por los animales o el medio-ambiente, no solemos percibirlos a ellos como iguales nuestros. No nos importa lo mismo su vida o destino y consideramos que su importancia, en general, es bastante inferior a la nuestra. Hasta tal punto sucede esto que, finalmente, uno no puede sino, como nuestro protagonista, desquiciarse porque una "simple araña" haya estado a punto de matarlo. Es como si una simple casa de paja hubiera podido derruir con su propio peso, un castillo de piedra maciza. Pero he aquí la realidad de todo esto: esa piedra no es realmente una piedra maciza. Todo lo que apreciamos, amamos de nuestra vida (nuestros hobbies, habilidades, pasiones...), pese a parecer que la fortalecen, no nos inmuniza contra nada que venza a nuestra naturaleza física. Somos, igual de vulnerables. De acuerdo: poseemos antídotos y medicina avanzada. Sin embargo, cualquier circunstancia puede acabar con nosotros fácilmente; ¿Acaso una maceta caída desde una altura considerable, no podría llegar a matarnos?

La conclusión que se puede desprender de lo escrito, no es que tengamos que vivir con miedo. Nuestra naturaleza nos llevará a creer en la solidez del barro que construye nuestra vida. Y esto es sano. De lo contrario, la angustia sería demasiado dominante. Pero la conclusión que si se puede extraer de aquí, es que se puede vencer a la angustia de sentido contrario: a la angustia de sentirnos derrotados por una nimiedad (como lo fuera, una "simple araña").  Porque, realmente, no hay nimiedades en la vida. O todo es una nimiedad: incluida nuestra propia existencia. Porque no es una "simple araña": millones de personas u homínidos han muerto por "simples arañas" a lo largo de nuestra historia evolutiva, y millones de animales mueren cada día por ellas. Porque para un depredador, no hay más que simples presas: todos sus "accesorios" no pueden ser valorados. Y porque tanto Cervantes, Einstein o Dalí, estaban sujetos a la misma norma que todos nosotros. Y no por ello dejaron ni dejarán de ser genios. Porque, en verdad, la genialidad está dentro de un revestimiento muy mundano.


1.
Kundera, Milan. La insoportable levedad del ser (trad. Valenzuela, Fernando) . Tusquets Editores: 201, Barcelona.

Alex Mesa

7-03-2013

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