"Madurez del hombre adulto: significa haber reencontrado la seriedad que de niño tenía al jugar". (Friedrich Nietzsche)

domingo, 28 de junio de 2015

Falacia


En plena resaca post-electoral, como se acostumbra a decir, tras las pasadas elecciones municipales y, en algunos lugares, autonómicas, quizá sea buen momento de hacer algo que, al parecer, en España se hace poco: análisis (muy sucinto) del discurso. Más que nada porque tenemos, a la vuelta de la esquina, unas Elecciones Generales y, para entonces, sería oportuno poder advertir algunas falacias.
Me interesa especialmente analizar el discurso de los denominados "tertulianos políticos", dado que, a decir verdad, es más provechoso que analizar el zafio discurso de la mayor parte de políticos: al menos se suelen "arremangar".

En concreto, quisiera centrar este texto en una falacia que opera desde hace ya largo tiempo por parte de algunos "totems" del periodismo español como Francisco Marhuenda. Me interesa porque, no sé si es debido a su gran capacidad (que la tiene), a la falta de ella o a la parsimonia de quienes comparten tertulia con él (no puedo atreverme a advertir una razón concreta y, tal vez, no sea ni una cosa ni la otra), pero nunca he visto que nadie le advierta tal juego del lenguaje: y si ha sido así, es una advertencia, sin duda, poco frecuente y nada fructífera.
Siempre me ha llamado la atención de Marhuenda su capacidad para manejarse en una especie de variante modificada de la "reductio ad absurdum" (reducción al absurdo). Se manifiesta de múltiples formas pero tiene, des de mi punto de vista, una central que se define más o menos así: "no creo que ningún político persiga, deliberadamente, el mal de los españoles".

El argumento sería:


 "No creo que ningún político persiga, deliberadamente, el mal de los españoles"

1) Querer el mal de los españoles no le podría dar ningún rédito político a nadie.

2) Todo político quiere ese rédito: aspira al mejor resultado electoral posible.

Ergo

Ningún político puede buscar, deliberadamente, el mal de los españoles.



Este argumento, de esta forma expresado, es totalmente válido. El problema está en que está vacío por un costado y rellenado por otro. Es decir, en ningún momento se expresa qué es exactamente "los españoles" o "el mal de los españoles" y, por otra, se le otorga una apariencia de homogeneidad universal: parecen ser todos una misma cosa. Ese es un problema habitual a la hora de moverse con conceptos de arraigo nacional, cultural... que se suele presuponer más de lo que se explica.






                                                             CC; Imagen de dominio público (fuente: www.clker.com)


Al señor Marhuenda se le puede decir que, efectivamente, ningún político en su sano juicio (que no tiene porque estarlo: pero es difícil que toda la estructura de un partido no lo esté, en bloque) quiera "el mal de los españoles". Pero es que la política no va de eso: no existe un "mal de los españoles". Porque "los españoles", no son una masa homogénea. Como sujeto único, ni existen: lo único que atañe a "los españoles" es ser los nacidos o nacionalizados en un territorio jurídico denominado Reino de España. A partir de ahí, comienza la diferencia: como no podría ser de otra forma.

A decir verdad, todo partido político aspira a hacer "el bien", debido que, por supuesto, quiere un rédito electoral (el más alto posible). La cuestión es vislumbrar que ese "bien", no es único. Que hay intereses no solo diferentes, sino en muchas ocasiones contrapuestos y contradictorios. 

El PP, por ejemplo, que suele ser el partido del cuál Marhuenda dice con más frecuencia aquello de que "no creo que ningún político persiga, deliberadamente, el mal de los españoles", parece a veces estar en contra de "todo el mundo", pero esto último tampoco es cierto: el quid de la cuestión reside en que esa masa que tiene peso para otorgarse la identidad de "todo el mundo" es mayoritaria pero no única. Quizá podríamos, para simplificarlo mucho, resumirlo en "clase obrera" (es mucho simplificar pero, sin esta simplificación, el texto iría para libro ya). Pero el PP, por definición ideológica, no tiene entre sus prioridades apostar en favor de la "clase obrera". Eso no significa que quiera hacerles daño deliberadamente o que no les beneficie si tiene oportunidad pero, y esto debe quedar claro, no es su prioridad. No lo es, respecto al beneficio primordial que quiere otorgar a su perfil ideológico: empresariado (sobre todo: gran empresariado), gente más o menos adinerada, cierta clase de emprendedores... Esto no tiene nada "de malo", ni tiene Rajoy, por ello, tener que poseer rabo y cola: simplemente es una postura ideológica x que está al servicio de unos intereses por encima de otros (como puede ser al contrario en otras formaciones políticas).

Quizá el problema no es de Marhuenda, sino de la artificial creación del concepto político "centro", hace ya largo tiempo. El "centro" puede tener sentido como una moderación de las posturas políticas de determinados partidos, como un intento de acercar intereses... Pero pierde el sentido y se vuelve aberrante, cuando se confunde esto con la idea de que, a decir verdad, no hay intereses contrapuestos y enfrentados, que toda la ciudadanía es una masa homogénea, que hay determinadas discordancias que solo son radicalismos... Este discurso no posee sentido alguno. Lo cierto es que, por mucho que se trate de innovar, en la política siempre hay y habrá intereses contrapuestos: nunca llueve a gusto de todos. La buena política, des de un punto de vista de la efectividad, tiende a agradar a todos... pero es solo una tendencia. Se pueden hacer las cosas mejor o peor, pero siempre alguien se privilegia por encima de otro. Si no es una clase social, es una visión ideológica, un colectivo determinado, unas personas x...

Por tanto, tiene usted toda la razón señor Marhuenda: ningún político trata deliberadamente de causar "el mal de los españoles", ni los PP tampoco. Pero, se debe recalcar, no existe un camino único para "el bien de los españoles" y, por tanto, en el juego político es primordial conocer las afinidades de cada cuál. Cansa ya que nadie quiera decir que es de izquierdas, de derechas... Estas etiquetas, como la de ecologista, por ejemplo, son reduccionistas, sí: pero marcan directrices. Y con eso vale para comenzar: a todos no se les puede contentar a la vez, y eso debe quedar claro. No se trata de ineptitud (que puede haberla), sino de prioridades: negar la existencia de estas es, sin duda, una falacia.

Alex Mesa

18-06-2015

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