"Madurez del hombre adulto: significa haber reencontrado la seriedad que de niño tenía al jugar". (Friedrich Nietzsche)

jueves, 21 de febrero de 2013

Contra el sentido común


En estos días en que me hallo preparando una charla para el ciclo de conferencias que "Filosofia viva" organiza en Granollers (más info.: www.filosofiadelhumor.com), he topado con unas valoraciones que Richard Rorty hacía sobre el discurso metafísico, contraponiendo éste a la emergencia de lo que el mismo bautiza como discursos ironistas (entrar a explicar qué son y significan los discursos metafísicos y los discursos ironistas excede en mucho la pretensión de esta reflexión; quién esté realmente interesado, que consulte la obra, traducida al castellano, de Rorty "Contingencia, ironía y solidaridad").

Lo interesante de lo rescatado de Richard Rorty para este artículo , es cuando versa sobre el sentido común. Decía Descartes, que el sentido común era, efectivamente, el más común de los sentidos, pues todo el mundo decía estar provisto de una gran cantidad de él. Obviamente, su expresión no era sino irónica. Pues bien, quizás tampoco debiera parecernos tan interesante estar dotados de una gran cantidad de sentido común. Pese a que parezca lo lógico. Pese a que parezca el último reducto, por ejemplo, de lo exigible a nuestros responsables políticos, a nuestros médicos, a nuestros profesores...

El sentido común es englobado por Rorty dentro de las características del discurso metafísico. Es una característica fundamental del razonador clásico. Pero bien, lo interesante es preguntarse: ¿qué significa poseer sentido común?

Poseer sentido común es más arriesgado de lo que, en un principio, pudiera parecer. Pues poseer sentido común significa dar por sentado que nuestro léxico último, es decir la base para la justificación de nuestras ideas (nuestros fundamentos lingüísticos que son injustificables; nuestros axiomas) si es último en algún sentido, es porque es verdadero. Es decir, el sentido común da un gran paso entre la no-justificación de nuestro léxico último (por razones de base), a la convicción de que ni es justificable es porque no es verdadero. Osease, el sentido común no se cuestiona nuestro léxico último.

Así, partiendo de la base, se produce el efecto siguiente: poseer sentido común significa no cuestionarse los fundamentos de nuestro mundo y nuestro conocimiento.



CC; Imagen de dominio público (fuente: www.clker.com)
Una postura tan lógica, tan predicada y tan querida, es incompatible, por ejemplo, con el desarrollo científico: ¿cómo hubiera sido posible todo avance hasta el momento sin cuestionarse las ideas (muchas veces preconcebidas) de cada campo?, ¿cómo será posible seguir avanzando si no seguimos cuestionando las ideas que ahora damos por sentadas?

No es cuestión de caer en un escepticismo facilón y creer que ningún conocimiento es posible. Pero si que es importante no apalancar ningún conocimiento. La crítica. He ahí la mayor enemiga del sentido común. Quizás por esto, la palabra crítica sea concebida en un ámbito coloquial con una connotación negativa. Y no debiera serlo. La crítica es la que nos hace fuertes. La crítica significa juzgar continuamente algo, no para destruirlo sino para observar si es lo suficientemente fuerte para prosperar. Y si no prospera es porque no merece la pena.

Tener sentido común es, en realidad, fácil. Y cómodo. Acceder a un paquete de ideas, de conocimientos, de palabras... de mundo, en definitiva. Acceder, decía, y no cuestionarse nunca la validez o la idoneidad de esto y aquello. Es, realmente, cómodo.

A veces también es un requerimiento. Tener sentido común puede sernos útil en muchas ocasiones. El cuestionamiento perpetuo puede ser agotador. Pero no se puede predicar el sentido común como manual de vida. El sentido común ha hecho poco por la humanidad. Hubiera sido de sentido común no cuestionar a nuestras autoridades intelectuales: Platón, Kant, Newton, Einstein... Pero sin ese pertinente cuestionamiento... Mejor hubiera sido criar escribas, muchos escribas. Para hacer copias y más copias.

Y en tú vida personal: cuestiónate que está bien o que está mal. O que es lo más idóneo en cada momento. No des por supuesto que lo que dicen de ti, o lo que te dicen sobre algo, es lo que vale. Cuestionarse las cosas no es negarlas, pero tampoco es afirmarlas de primera. Es evaluarlas. ¿Acaso no es esto algo sensato?

Por ello he considerado tan interesante indagar en algo así como una "filosofía del humor", porque el humor rehuye de este sentido común. Sin ser una herramienta para el conocimiento, sin pretender armar teoría alguna, es una herramienta de cuestionamiento que, incluso aún cuando parece absurdo, nos abre la mente mucho más allá de lo que nuestro queridísimo sentido común, pudiera hacer nunca.


Alex Mesa

21-02-2013

                                       Nota: Está permitido  reproducir parcial o totalmente este artículo siempre y cuando se cite la fuente (la dirección web) y el autor original. Queda prohibida  la venta o utilización de este artículo con fines económicos sin previa consulta al autor.


jueves, 14 de febrero de 2013

Cuestión de ministerio


 Esta semana, una noticia de gran calado ha sacudido la prensa internacional y, por consiguiente, el mundo. El Papa Benedicto XVI decide renunciar a su cargo y, por lo tanto, romper la tradición que marca al papado como un cargo vitalicio. Desde el año 1415 no había habido ningún Papa que dejara de serlo antes de fallecer y, cabe decir, que de los pocos Papas que han perdido su cargo en vida, no todos lo hicieron por una renuncia propia y personal sino, en diversas ocasiones, obligados a "dimitir".

Con éstas, Benedicto XVI dejará de existir y volverá a ser, hasta el fin de sus días, Joseph Ratzinger. Sin duda, el carácter de este Papa es muy diferente de lo general. Desde el comienzo de su papado, se quiso marcar su carácter conservador y se ganó una imagen dura y un tanto negativa, sobretodo, en su comparativa con su predecesor, Juan Pablo II. Pero este tampoco era ningún santo (aún de momento no lo es). Quiero decir: Juan Pablo II también fue duro con quién tuvo que serlo (según la Iglesia católica) y Benedicto XVI también ha sabido transigir.


Se habla de que las intrigas de Roma, los politiqueos... han podido con Ratzinger. Sin duda, Ratzinger (mejor o peor persona, mejor o peor Papa, eso es igual ahora) es un Papa un tanto diferente. Es un intelectual. Un teólogo de primera magnitud que aborrecía, en buena medida, sus funciones políticas y representativas.Es lo que, comúnmente denominamos, una "rata de biblioteca", un gran estudioso de la religión que tuvo siempre preocupaciones filosóficas. Preocupaciones que dejó patentes, por ejemplo, en su discusión con Jürgen Habermas, antes de acceder al papado.

En cualesquiera de los casos, no estoy aquí para examinar (para bien o para mal) la figura de Joseph Ratzinger ni, tampoco, el papado de Benedicto XVI. No soy un experto en la materia, ni tengo demasiado interés en hacer lo que, seguro, otros ya están haciendo y harán.

Lo que a mi me interesa es analizar su renuncia. Pero no la renuncia en sí mismo, sino la interpretación que de ella podemos extraer. No cabe duda, que para muchos sectores de la Iglesia, esta decisión no ha sentado bien, ni la consideran del todo correcta (aunque ahora se afanen a decir lo contrario en público). Se considera que el Papado es un orgullo y un deber contraído de por vida. Hay unos motivos morales cristianos de peso que justifican que en los últimos casi 600 años, no haya habido renuncia alguna pese a lidiar el papado con personas de extrema vejez y mal estado de salud.


No obstante, creo que se puede ver la renuncia desde otro prisma. Un prisma que nos lleve, de paso, a hacer una comparativa con lo que sucede en política.

En el marco del catolicismo, el Papa es la máxima expresión terrenal. Es el primer ministro de Dios, es decir, el delegado, el encargado de transmitir su mensaje en la tierra. Es, por tanto, por así decirlo, ante todo un representante. El representante que el espíritu santo selecciona. Así, ser Papa supone un privilegio (no sólo en el sentido material, aunque este haya tomado mayor relevancia con el paso del tiempo), dado que significa haber sido escogido por Dios mismo para ser su representante.


Pero todo privilegio, todo derecho, conlleva una contrapartida, una obligación. Así debe serlo, al menos. En el apartado de obligaciones de un Papa, parece que podemos hallar cierta laxitud. No obstante, creo que se le debería exigir poder estar en unas condiciones adecuadas para poder trasladarse (por proselitismo y para reforzar su credo en donde ya se cree), para poder comunicarse (para poder hablar con sus feligreses)... En definitiva, tiene que poder ejercer con cierta soltura esas funciones de representante.

Entendiéndolo de este modo, si Joseph Ratzinger ha decidido dejar de ser Papa, porque, realmente, se encuentra agotado y no se ve con fuerzas para seguir con su cargo, deberíamos congratularnos por su gesto. Si el ministro de Dios, no puede seguir ejerciendo su ministerio, es sensato que renuncie a su cargo, no tan sólo para que el pueda descansar sino, especialmente, para que otro pueda ejercer con la fuerza que a el le falta, su ministerio.
CC; Imagen de dominio público (fuente: www.clker.com)

Ahora, trasladémonos al marco político. Al marco político español, concretamente.
De igual forma que en el marco del catolicismo, el Papa es el ministro de Dios, en el marco político democrático español, el gobierno en su conjunto, con el presidente del gobierno a la cabeza, representan a la ciudadanía del Estado español. Es decir, son los ministros (de ahí que aún se utilice esta terminología en política) de los ciudadanos. Quienes gestionan sus asuntos e intereses. O así debería serlo.

De esta forma es como veo que cobra más interés la renuncia del Papa y es más elogiable. Si un ministro no puede cumplir, por la razón que sea, con su ministerio, renuncia. Y si se ha podido hacer en un marco moral muy estricto, imaginémonos en el más abstraído marco de la política.

¿Qué quiero decir con esto?

Pues que si un partido político se presenta a unas elecciones (generales, autonómicas, municipales...) con un programa político, es para cumplirlo. Puede que no se cumpla por diversos motivos:

1) Porque mintieron a propósito. Querían ganar votos pero no pretendían cumplir su programa.
En este caso, sin duda, un gobierno debe dejar su cargo, dado que ha manipulado la confianza ciudadana. Sin embargo, es poco probable que lo haga dado que si ha sido capaz de engañar vilmente  para conseguir su propósito; una vez conseguido, pareciera que la opinión popular fuera indiferente.

2) Porque las circunstancias para cumplir su programa no eran las que pensaban o han cambiado después de realizar su programa.

En este caso, también debería irse. Quizás no es culpa suya que las circunstancias no sean las más propicias, y quizás no le quede más remedio a este partido político que incumplir su programa, pero eso no es lo que firmó la ciudadanía que les respaldó con su voto. Están utilizando ilegitimamente un soporte popular. Deberían, como mínimo, pedir disculpas y solicitar ese mismo apoyo popular (a través de unas elecciones, por ejemplo) para que este mismo pueblo decida ratificar (o no) ese cambio de programa.


3) Porque es totalmente imposible cumplirlo. El programa era irreal.

En este caso, también debería irse. Es cierto que, si el programa era muy ilusorio, nadie podrá tampoco  cumplirlo, pero, pese a ello, la ciudadanía ha ejercido una función de soporte a un programa que no se        va a cumplir. Por lo tanto, debería suceder como en el caso 2) (elecciones buscando el soporte del programa rectificado). La candidez o inocencia, quizás, de una parte del electorado no es óbice para que puedan ser engañados por sus representantes.

Así, es como se ejerce realmente un ministerio. Cumpliendo con lo que va en el cargo, y renunciando cuando esto no sea posible. Así, es como los corruptos deberían, también, renunciar: por traición a una confianza. Por traición al poder del cual emana su ministerio.

Así es como esta semana, creo que hemos podido aprender algo bastante valioso: que el poder no sólo conlleva privilegios sino obligaciones. Es una cuestión de ministerio.

Alex Mesa


14-02-2013


                                                Nota: Está permitido  reproducir parcial o totalmente este artículo siempre y cuando se   cite la fuente (la dirección web) y el autor  original. Queda prohibida  la venta o utilización de este artículo con fines económicos sin previa consulta al autor.