"Madurez del hombre adulto: significa haber reencontrado la seriedad que de niño tenía al jugar". (Friedrich Nietzsche)

jueves, 14 de febrero de 2013

Cuestión de ministerio


 Esta semana, una noticia de gran calado ha sacudido la prensa internacional y, por consiguiente, el mundo. El Papa Benedicto XVI decide renunciar a su cargo y, por lo tanto, romper la tradición que marca al papado como un cargo vitalicio. Desde el año 1415 no había habido ningún Papa que dejara de serlo antes de fallecer y, cabe decir, que de los pocos Papas que han perdido su cargo en vida, no todos lo hicieron por una renuncia propia y personal sino, en diversas ocasiones, obligados a "dimitir".

Con éstas, Benedicto XVI dejará de existir y volverá a ser, hasta el fin de sus días, Joseph Ratzinger. Sin duda, el carácter de este Papa es muy diferente de lo general. Desde el comienzo de su papado, se quiso marcar su carácter conservador y se ganó una imagen dura y un tanto negativa, sobretodo, en su comparativa con su predecesor, Juan Pablo II. Pero este tampoco era ningún santo (aún de momento no lo es). Quiero decir: Juan Pablo II también fue duro con quién tuvo que serlo (según la Iglesia católica) y Benedicto XVI también ha sabido transigir.


Se habla de que las intrigas de Roma, los politiqueos... han podido con Ratzinger. Sin duda, Ratzinger (mejor o peor persona, mejor o peor Papa, eso es igual ahora) es un Papa un tanto diferente. Es un intelectual. Un teólogo de primera magnitud que aborrecía, en buena medida, sus funciones políticas y representativas.Es lo que, comúnmente denominamos, una "rata de biblioteca", un gran estudioso de la religión que tuvo siempre preocupaciones filosóficas. Preocupaciones que dejó patentes, por ejemplo, en su discusión con Jürgen Habermas, antes de acceder al papado.

En cualesquiera de los casos, no estoy aquí para examinar (para bien o para mal) la figura de Joseph Ratzinger ni, tampoco, el papado de Benedicto XVI. No soy un experto en la materia, ni tengo demasiado interés en hacer lo que, seguro, otros ya están haciendo y harán.

Lo que a mi me interesa es analizar su renuncia. Pero no la renuncia en sí mismo, sino la interpretación que de ella podemos extraer. No cabe duda, que para muchos sectores de la Iglesia, esta decisión no ha sentado bien, ni la consideran del todo correcta (aunque ahora se afanen a decir lo contrario en público). Se considera que el Papado es un orgullo y un deber contraído de por vida. Hay unos motivos morales cristianos de peso que justifican que en los últimos casi 600 años, no haya habido renuncia alguna pese a lidiar el papado con personas de extrema vejez y mal estado de salud.


No obstante, creo que se puede ver la renuncia desde otro prisma. Un prisma que nos lleve, de paso, a hacer una comparativa con lo que sucede en política.

En el marco del catolicismo, el Papa es la máxima expresión terrenal. Es el primer ministro de Dios, es decir, el delegado, el encargado de transmitir su mensaje en la tierra. Es, por tanto, por así decirlo, ante todo un representante. El representante que el espíritu santo selecciona. Así, ser Papa supone un privilegio (no sólo en el sentido material, aunque este haya tomado mayor relevancia con el paso del tiempo), dado que significa haber sido escogido por Dios mismo para ser su representante.


Pero todo privilegio, todo derecho, conlleva una contrapartida, una obligación. Así debe serlo, al menos. En el apartado de obligaciones de un Papa, parece que podemos hallar cierta laxitud. No obstante, creo que se le debería exigir poder estar en unas condiciones adecuadas para poder trasladarse (por proselitismo y para reforzar su credo en donde ya se cree), para poder comunicarse (para poder hablar con sus feligreses)... En definitiva, tiene que poder ejercer con cierta soltura esas funciones de representante.

Entendiéndolo de este modo, si Joseph Ratzinger ha decidido dejar de ser Papa, porque, realmente, se encuentra agotado y no se ve con fuerzas para seguir con su cargo, deberíamos congratularnos por su gesto. Si el ministro de Dios, no puede seguir ejerciendo su ministerio, es sensato que renuncie a su cargo, no tan sólo para que el pueda descansar sino, especialmente, para que otro pueda ejercer con la fuerza que a el le falta, su ministerio.
CC; Imagen de dominio público (fuente: www.clker.com)

Ahora, trasladémonos al marco político. Al marco político español, concretamente.
De igual forma que en el marco del catolicismo, el Papa es el ministro de Dios, en el marco político democrático español, el gobierno en su conjunto, con el presidente del gobierno a la cabeza, representan a la ciudadanía del Estado español. Es decir, son los ministros (de ahí que aún se utilice esta terminología en política) de los ciudadanos. Quienes gestionan sus asuntos e intereses. O así debería serlo.

De esta forma es como veo que cobra más interés la renuncia del Papa y es más elogiable. Si un ministro no puede cumplir, por la razón que sea, con su ministerio, renuncia. Y si se ha podido hacer en un marco moral muy estricto, imaginémonos en el más abstraído marco de la política.

¿Qué quiero decir con esto?

Pues que si un partido político se presenta a unas elecciones (generales, autonómicas, municipales...) con un programa político, es para cumplirlo. Puede que no se cumpla por diversos motivos:

1) Porque mintieron a propósito. Querían ganar votos pero no pretendían cumplir su programa.
En este caso, sin duda, un gobierno debe dejar su cargo, dado que ha manipulado la confianza ciudadana. Sin embargo, es poco probable que lo haga dado que si ha sido capaz de engañar vilmente  para conseguir su propósito; una vez conseguido, pareciera que la opinión popular fuera indiferente.

2) Porque las circunstancias para cumplir su programa no eran las que pensaban o han cambiado después de realizar su programa.

En este caso, también debería irse. Quizás no es culpa suya que las circunstancias no sean las más propicias, y quizás no le quede más remedio a este partido político que incumplir su programa, pero eso no es lo que firmó la ciudadanía que les respaldó con su voto. Están utilizando ilegitimamente un soporte popular. Deberían, como mínimo, pedir disculpas y solicitar ese mismo apoyo popular (a través de unas elecciones, por ejemplo) para que este mismo pueblo decida ratificar (o no) ese cambio de programa.


3) Porque es totalmente imposible cumplirlo. El programa era irreal.

En este caso, también debería irse. Es cierto que, si el programa era muy ilusorio, nadie podrá tampoco  cumplirlo, pero, pese a ello, la ciudadanía ha ejercido una función de soporte a un programa que no se        va a cumplir. Por lo tanto, debería suceder como en el caso 2) (elecciones buscando el soporte del programa rectificado). La candidez o inocencia, quizás, de una parte del electorado no es óbice para que puedan ser engañados por sus representantes.

Así, es como se ejerce realmente un ministerio. Cumpliendo con lo que va en el cargo, y renunciando cuando esto no sea posible. Así, es como los corruptos deberían, también, renunciar: por traición a una confianza. Por traición al poder del cual emana su ministerio.

Así es como esta semana, creo que hemos podido aprender algo bastante valioso: que el poder no sólo conlleva privilegios sino obligaciones. Es una cuestión de ministerio.

Alex Mesa


14-02-2013


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1 comentario:

  1. Bravo por la reflexión de esta semana!
    Curioso que un Papa conservador dimita convirtiendo este hecho en una modernización de la Iglesia! Cómo cambian los tiempos... aunque esto sea una tapadera del verdadero hecho que hace que acabe abandonando su cargo..!

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