Hace
ya tiempo, se dio a conocer el caso de un presentador de televisión
español (más bien un showman de programas de media-tarde) que, tras
ser picado por una araña, tuvo que pasar un calvario médico que le
llevó a ver peligrar su vida y que, finalmente, se saldó con la
extirpación de un trozo de carne de una mano.
Creo que fue aún en pleno shock por lo recién vivido que, llamado por un programa de televisión, acudió para comentar su experiencia.
El caso es que esta persona se mostró muy nerviosa y airada, algo comprensible, pero lo más importante era que se encontraba anonadado. Perplejo por algo: una "simple" araña había estado cerca de ocasionarle la muerte y, aunque no se llegó a tal fatalidad, le hizo pasar un mal trago importante. Este hombre de televisión, vino a decir en reiteradas ocasiones que había estado a punto de morir por una "puta araña", por una "simple araña".
Recordando este suceso es como se me ocurrió parafrasear a Milan Kundera1 para escribir este artículo.
Porque, ¿Qué hay detrás de las palabras de este individuo?
Sí, sin duda. Hay una experiencia traumática, que, con casi plena seguridad, nos atormentaría a todos. Pero también hay algo más. Algo que ahonda más en la herida. Es una incomprensión. Una perplejidad. Y esta perplejidad se denota, por ejemplo, en lo de "simple araña".
Hace ya algunas semanas, escribí aquí mismo un artículo titulado "Somos cuerpo" en el cuál reivindicaba el papel crucial que tiene el cuerpo en tanto que no es una herramienta nuestra sino que es un "nosotros mismos". Achaqué a la toma de consciencia (autoconciencia) por parte del ser humano, un primer alejamiento del cuerpo. Como si esa mente (surgida de la toma consciencia) no fuera algo nuestro, sino nosotros mismos. Pensar desde "arriba", por simplificar, nos alejaba de todo nuestro cuerpo y nos hacía pensar en él como una herramienta (dado que somos conscientes de que, en un estado óptimo, somos capaces de mover, por ejemplo, nuestras extremidades a plena voluntad).
Pues bien, de esta autoconciencia, se deriva, también (no directamente claro, pero si como consecuencia derivada de un primer causante) un cultivo extraordinario de lo que llamamos personalidad. Un cultivo de muchas facetas que nos definen: yo escribo, otras personas cantan, otras son muy útiles en sus empleos haciendo cualesquiera cosas, otros nutren su tiempo libre viendo cine o leyendo libros... En fin, vamos llenando nuestras vidas de experiencias, habilidades, accesorios... de la misma manera que un piso nuevo se va amueblando cada vez más con el paso de los años. Al cabo de un tiempo (creo que este momento ya se da en la propia niñez), nuestra vida suele ser tan rica de cosas (aunque nuestro nivel cultural o nuestro nivel económico no sea muy elevado; pues no se habla aquí de cosas estrictamente materiales sino de experiencias) que olvidamos continuamente algo tan obvio como que vamos a morir. Sí, cierto. Asumimos que algún día seremos bastante mayores y moriremos. Lo sabemos y lo asumimos. Pero, realmente, no aceptamos la fragilidad de la vida. No nos ponemos en múltiples circunstancias que se pueden dar.
Creo que fue aún en pleno shock por lo recién vivido que, llamado por un programa de televisión, acudió para comentar su experiencia.
El caso es que esta persona se mostró muy nerviosa y airada, algo comprensible, pero lo más importante era que se encontraba anonadado. Perplejo por algo: una "simple" araña había estado cerca de ocasionarle la muerte y, aunque no se llegó a tal fatalidad, le hizo pasar un mal trago importante. Este hombre de televisión, vino a decir en reiteradas ocasiones que había estado a punto de morir por una "puta araña", por una "simple araña".
Recordando este suceso es como se me ocurrió parafrasear a Milan Kundera1 para escribir este artículo.
Porque, ¿Qué hay detrás de las palabras de este individuo?
Sí, sin duda. Hay una experiencia traumática, que, con casi plena seguridad, nos atormentaría a todos. Pero también hay algo más. Algo que ahonda más en la herida. Es una incomprensión. Una perplejidad. Y esta perplejidad se denota, por ejemplo, en lo de "simple araña".
Hace ya algunas semanas, escribí aquí mismo un artículo titulado "Somos cuerpo" en el cuál reivindicaba el papel crucial que tiene el cuerpo en tanto que no es una herramienta nuestra sino que es un "nosotros mismos". Achaqué a la toma de consciencia (autoconciencia) por parte del ser humano, un primer alejamiento del cuerpo. Como si esa mente (surgida de la toma consciencia) no fuera algo nuestro, sino nosotros mismos. Pensar desde "arriba", por simplificar, nos alejaba de todo nuestro cuerpo y nos hacía pensar en él como una herramienta (dado que somos conscientes de que, en un estado óptimo, somos capaces de mover, por ejemplo, nuestras extremidades a plena voluntad).
Pues bien, de esta autoconciencia, se deriva, también (no directamente claro, pero si como consecuencia derivada de un primer causante) un cultivo extraordinario de lo que llamamos personalidad. Un cultivo de muchas facetas que nos definen: yo escribo, otras personas cantan, otras son muy útiles en sus empleos haciendo cualesquiera cosas, otros nutren su tiempo libre viendo cine o leyendo libros... En fin, vamos llenando nuestras vidas de experiencias, habilidades, accesorios... de la misma manera que un piso nuevo se va amueblando cada vez más con el paso de los años. Al cabo de un tiempo (creo que este momento ya se da en la propia niñez), nuestra vida suele ser tan rica de cosas (aunque nuestro nivel cultural o nuestro nivel económico no sea muy elevado; pues no se habla aquí de cosas estrictamente materiales sino de experiencias) que olvidamos continuamente algo tan obvio como que vamos a morir. Sí, cierto. Asumimos que algún día seremos bastante mayores y moriremos. Lo sabemos y lo asumimos. Pero, realmente, no aceptamos la fragilidad de la vida. No nos ponemos en múltiples circunstancias que se pueden dar.
CC; Imagen de dominio público (fuente: www.clker.com) |
Nuestra
percepción de la vida lineal y nuestra ansía de progreso(que no
siempre ha sido del todo así; ni tan siquiera en nuestra historia
autoconsciente) nos lleva, indefectiblemente, a olvidar lo frágil
que es, realmente, nuestra existencia. Porque ya no nos creemos
animales. Asumimos una cuota muy reducida de muerte: programada y
estipulada en una vejez remota. Nada más.
Relacionado con esto, no percibimos nuestro entorno de la misma manera. Por mucho amor que sintamos por los animales o el medio-ambiente, no solemos percibirlos a ellos como iguales nuestros. No nos importa lo mismo su vida o destino y consideramos que su importancia, en general, es bastante inferior a la nuestra. Hasta tal punto sucede esto que, finalmente, uno no puede sino, como nuestro protagonista, desquiciarse porque una "simple araña" haya estado a punto de matarlo. Es como si una simple casa de paja hubiera podido derruir con su propio peso, un castillo de piedra maciza. Pero he aquí la realidad de todo esto: esa piedra no es realmente una piedra maciza. Todo lo que apreciamos, amamos de nuestra vida (nuestros hobbies, habilidades, pasiones...), pese a parecer que la fortalecen, no nos inmuniza contra nada que venza a nuestra naturaleza física. Somos, igual de vulnerables. De acuerdo: poseemos antídotos y medicina avanzada. Sin embargo, cualquier circunstancia puede acabar con nosotros fácilmente; ¿Acaso una maceta caída desde una altura considerable, no podría llegar a matarnos?
La conclusión que se puede desprender de lo escrito, no es que tengamos que vivir con miedo. Nuestra naturaleza nos llevará a creer en la solidez del barro que construye nuestra vida. Y esto es sano. De lo contrario, la angustia sería demasiado dominante. Pero la conclusión que si se puede extraer de aquí, es que se puede vencer a la angustia de sentido contrario: a la angustia de sentirnos derrotados por una nimiedad (como lo fuera, una "simple araña"). Porque, realmente, no hay nimiedades en la vida. O todo es una nimiedad: incluida nuestra propia existencia. Porque no es una "simple araña": millones de personas u homínidos han muerto por "simples arañas" a lo largo de nuestra historia evolutiva, y millones de animales mueren cada día por ellas. Porque para un depredador, no hay más que simples presas: todos sus "accesorios" no pueden ser valorados. Y porque tanto Cervantes, Einstein o Dalí, estaban sujetos a la misma norma que todos nosotros. Y no por ello dejaron ni dejarán de ser genios. Porque, en verdad, la genialidad está dentro de un revestimiento muy mundano.
1. Kundera, Milan. La insoportable levedad del ser (trad. Valenzuela, Fernando) . Tusquets Editores: 201, Barcelona.
Relacionado con esto, no percibimos nuestro entorno de la misma manera. Por mucho amor que sintamos por los animales o el medio-ambiente, no solemos percibirlos a ellos como iguales nuestros. No nos importa lo mismo su vida o destino y consideramos que su importancia, en general, es bastante inferior a la nuestra. Hasta tal punto sucede esto que, finalmente, uno no puede sino, como nuestro protagonista, desquiciarse porque una "simple araña" haya estado a punto de matarlo. Es como si una simple casa de paja hubiera podido derruir con su propio peso, un castillo de piedra maciza. Pero he aquí la realidad de todo esto: esa piedra no es realmente una piedra maciza. Todo lo que apreciamos, amamos de nuestra vida (nuestros hobbies, habilidades, pasiones...), pese a parecer que la fortalecen, no nos inmuniza contra nada que venza a nuestra naturaleza física. Somos, igual de vulnerables. De acuerdo: poseemos antídotos y medicina avanzada. Sin embargo, cualquier circunstancia puede acabar con nosotros fácilmente; ¿Acaso una maceta caída desde una altura considerable, no podría llegar a matarnos?
La conclusión que se puede desprender de lo escrito, no es que tengamos que vivir con miedo. Nuestra naturaleza nos llevará a creer en la solidez del barro que construye nuestra vida. Y esto es sano. De lo contrario, la angustia sería demasiado dominante. Pero la conclusión que si se puede extraer de aquí, es que se puede vencer a la angustia de sentido contrario: a la angustia de sentirnos derrotados por una nimiedad (como lo fuera, una "simple araña"). Porque, realmente, no hay nimiedades en la vida. O todo es una nimiedad: incluida nuestra propia existencia. Porque no es una "simple araña": millones de personas u homínidos han muerto por "simples arañas" a lo largo de nuestra historia evolutiva, y millones de animales mueren cada día por ellas. Porque para un depredador, no hay más que simples presas: todos sus "accesorios" no pueden ser valorados. Y porque tanto Cervantes, Einstein o Dalí, estaban sujetos a la misma norma que todos nosotros. Y no por ello dejaron ni dejarán de ser genios. Porque, en verdad, la genialidad está dentro de un revestimiento muy mundano.
1. Kundera, Milan. La insoportable levedad del ser (trad. Valenzuela, Fernando) . Tusquets Editores: 201, Barcelona.
Alex Mesa
7-03-2013
7-03-2013
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