El humano contemporáneo se caracteriza por un sometimiento a lo
invisible. En un sentido literal, además.
En ninguna otra época, ninguna civilización, que se sepa, estuvo
tan preocupada por algo que es de difícil control.
Hoy en día, sabemos que existen miles de bacterias y virus que
pululan por nuestro ambiente, de las que, en algunos casos, debemos
estar prevenidos. Por ello, nos bañamos más a conciencia que nunca,
procuramos tener las manos siempre limpias y, cuando nuestros hijos o
allegados enferman, vamos deprisa al médico: el hecho de que no
podamos ver como actúan según que organismos, sabemos, no quiere
decir que no estén actuando.
Hoy en día, todos hemos oído hablar de algo denominado como
“mercado” o, más comúnmente, “los mercados”. Sabemos que
operan en bolsa, que se encargan de vender y comprar deuda de
diferentes países... Pero no sabemos quién hay, con exactitud,
detrás. No tenemos personas concretas a las que responsabilizar. Las
hay. Pero no las vemos. Son, para nosotros, invisibles. Por ello
acuñamos ese término tan abstracto de “mercados”. Y pese a
todo, tenemos más miedo que nunca. Pues es precisamente por ello: no
los vemos, y ellos lo saben.
Hoy en día, cualquier usuario informático medio, sabe que en muchas
ocasiones su información está en riesgo en Internet. Estamos a
expensas de que nos saboteen la webcam, que nos roben información
bancaria, que violenten nuestra intimidad, que nos suplanten...
Tratamos de protegernos y, sabemos, que si somos cautelosos reducimos
los riesgos. Pero seguimos teniendo un cierto temor. Sabemos todo lo
que nos pueden hacer, pero no sabemos quién. No vendrá nadie a
nuestra a casa a buscarnos. No le pondremos rostro a la inquietud.
Es, para nosotros, invisible.
Seguro que se nos podrían ocurrir otros ejemplos. La importancia de
constatar estos hechos no es meramente anecdótica. No es,
simplemente, una particularidad como cualquier otra. Las
particularidades definen a las personas, a las épocas, a las
culturas. Pero no todas son igual de significativas. Esta
particularidad es muy significativa. O cuanto menos, tiene
consecuencias importantes.
Cuando pensamos en nuestra preocupación actual por la seguridad,
cuando vemos la suerte de teorías de conspiración que existe para
casi cualquier cosa... Detrás está esto. El miedo. El miedo a lo
desconocido. Sí, es cierto. No es lo desconocido en sentido literal:
de todo lo que he dicho tenemos información. Y de todo, en mayor o
menor medida, nos podemos prevenir. Sin embargo: sigue sin tener
rostro.
Los seres humanos hemos evolucionado durante milenios, poco a poco,
adaptándonos de la mejor manera posible a nuestro entorno. Pero en
nuestro entorno, cualquier enfrentamiento, cualquier rivalidad,
cualquier peligro, se nos presentaba visiblemente: un guepardo que
acechaba, nuestro vecino que quería usurparnos el hogar...
(Nota:
Sí, es cierto. Todo no es invento nuestro. Las bacterias y virus que
hoy constatamos que están ahí, ya lo estaban antes. Y algunas de
ellas causaban muertes. De hecho, muchas más que ahora dado que no
se prevenían de ningún modo. Pero nunca existió la amenaza de
estas bacterias, virus u otros micro-organismos. No la hubo, porque
nunca se constató su presencia. Esto no significa que ignorar su
presencia fuera positivo para la vida humana, al menos, para
salvarla. Pero sí que es cierto que consistía en un temor menos. Lo
más parecido a la confrontación con lo invisible tiene que ver con
el chamanismo, la magia... que se utilizaba para tratar de sanar la
enfermedad que se desconocía su origen. Sin embargo, la
personificación de las causas malignas, es na manera de poner rostro
a nuestro enemigo. Una manera más de comprobar como, siempre, hemos
sido incapaces de enfrentarnos a lo invisible, tal cuál.)
Es verdad: tenemos conocimiento. Podemos llegar a conocer hasta la
más nimia particularidad que defina a alguno de estos agentes que,
he dicho, pueden actuar sobre nosotros. Pero el conocimiento no basta.
No podemos luchar contra nuestro deseo de ver y de conocer.
Nuestra vista, es nuestro sentido más desarrollado como especie. Y
en su ausencia, tratamos de exprimir los otros 4 sentidos básicos
para, de alguna manera,crear una “visión” de las cosas. No es
una visión en sentido estricto. Pero ansiamos conocer, antes que el
conocimiento. Es decir, ansiamos saber quién nos ataca, antes del
qué.
No es casual, por tanto, que las formas que nosotros mismos hemos
diseñado con algún tipo de potencial dañino (aunque esta no sea,
en principio, su misión principal) busquen eliminar el rostro:
porque sabemos de nuestro temor. Por eso existen “mercados”, por
eso existen “virus” y “hackers”. Pero no sé si Juan o
Ernesto están detrás. Y aunque eso parezca irrelevante, nos acaba
angustiando.
De forma que pese a que el progreso que viene asociado a todo esto
nos pueda merecer la pena, no cabe duda de que no podremos volver a
vivir sin esa serie de temores. Pero tampoco nos preocupemos en
exceso, de todas maneras, no hemos conocido otra forma de vivir. Nos
la podemos imaginar y nada más. Así que seguro que usted ya está
acostumbrado a esta inquietud. Porque nos podemos acostumbrar,
¿Verdad?
Alex
Mesa
15-05-2013
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