Durante
estos últimos días, en la sociedad española se ha producido un
sobresalto por la sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de
Estrasburgo, el cuál ha sentenciado como ilegal la Doctrina Parot
que servía para compensar el desbarajuste del Código Penal español
hasta 1995.
Pese
a que no soy jurista, por la información de la que tengo constancia,
la sentencia es irreprochable desde un punto de vista estrictamente
legal. De cualesquiera de las maneras, no quisiera entrar a valorar
aquí sí, efectivamente, es una sentencia justa o no. No es el tema
del que quiero tratar y, probablemente, me vendría grande.
Quisiera
ir, sin embargo, más allá. Al fondo de todo. A cómo entendemos la
justicia como principio, no en términos legales. Porque, ¿Qué es
justicia?
Como
todas las preguntas sobre conceptos tan generales, la respuesta nunca
puede ser sólo una, ni nunca plenamente satisfactoria. No obstante,
vamos a hacer un esbozo.
El
dolor causado por la muerte, desaparición, tortura... de un ser
querido, debe ser inimaginable. En verdad, lo es, dado que soy
incapaz de ponerme en la piel de alguien que llega a sentir algo tan
tremendamente duro. Me hago a la idea, no obstante, de que el trago
debe ser infinitamente amargo. De ahí pues que, cuando se halla el
culpable de dicha tropelía (ya sea un terrorista, un violador o
quién sea), las personas más cercanas a la victima, sienten en sus
entrañas, mayoritariamente, un deseo de venganza. Este deseo no es
racional en sentido estricto, pero es el sentimiento más
comprensible del mundo en ese momento. ¿Quién no sentiría algo
parecido en tal situación? Así sucede que, para alguien próximo a
la víctima, nunca hay castigo suficiente para aquél que no sólo ha
destrozado la vida de la victima, sino de esas personas allegadas.
¿Cuánto es justo para el que es incapaz de escapar del odio y la
venganza? Casi con toda seguridad, esa persona allegada, pensará en
cosas que, quizás, jamás diga en público porque sabe de lo
terrible que reclama pero, por otra parte, no puede dejar de
sentirlo. Es más que probable que desee que los culpables sufran,
quizás también físicamente, y que, incluso, sean muertos. No
obstante, no voy a convertir este texto en una discusión sobre la
validez o no de la pena de muerte o de la cadena perpetua, sobretodo,
porque, afortunadamente, a quién le toca sufrir dicha desgracia, no
es quién tiene que dirimir la pena que se le impone al culpable o
culpables. Para los más próximos a la víctima, ¿Qué es justo?
¿Que alguien cumpla 20 años de prisión? ¿25? ¿Que no salga
nunca más?
Es
muy difícil estar en la situación de “próximo a la víctima”.
Por fortuna, no todos se tienen que ver en esta situación, y hay
personas que pueden mantener la cabeza fría y analizar en otros
términos. Porque, bien, al fin y al cabo, la base de nuestro sistema
penal se basa en la posibilidad de reinserción. Podemos discutir
sobre ello. Probablemente muchas personas no se reinserten nunca:
porque, quizás, les gusta lo que hacían, porque son algún tipo de
enfermo mental que no es susceptible de cura, porque el sistema no es
lo bastante eficiente como para modificar las tendencias violentas de
muchos de los reclusos... Pero se debe intentar. Especialmente, se
debe evitar que se de este último caso: que si alguien no se
reinserte no sea por falta de medios, que no sea por fallo del
sistema. Aún así, quizás en muchos casos se haya llegado tarde:
esas personas, quizás, no cambien nunca. Una verdadera tragedia,
pero algo probablemente cierto.
CC; Imagen de dominio público (fuente: www.clker.com)
De
cualesquiera de las maneras, en esto se debe pensar porque, una vez
hecho el daño, no se puede reparar de ninguna de las maneras. El
castigo al culpable sólo puede ser, a lo sumo, un alivio. Pero la
víctima ya lo ha perdido todo, y la familia o allegados de ésta,
siempre vivirán destrozados por ello. Ya condenen al culpable a 20
años de prisión, a 25, o, incluso, aunque se le pudiera condenar a
muerte: en los allegados, la mayor dureza de las penas, sólo podría
producir un alivio más o menos considerable pero, una vez pasado el
efecto de esta “satisfacción”, la cicatriz seguiría quedando
ahí, recordándonos que, por mucho que queramos hacer, lo
irremediable no puede dejar de serlo.
Por
ello, desde la frialdad que otorga el poder estar fuera de la
desdicha de las víctimas y sus allegados, debemos pensar en dos
cosas:
- Una vez sucedida la desgracia, lo que se trata es de que no vuelva a suceder. De esta manera, el castigo pasa a un lugar relativamente secundario. Es decir, es preferible que salga a la calle un asesino después de 20 años, si cuando sale a la calle no vuelve a delinquir, que no que salga a la calle un asesino después de 30 años, bajo la sospecha de que es probable que vuelva a cometer alguna tropelía. No debemos perder de vista que, desgraciadamente, lo hecho, hecho está, y que pese a que el castigo es necesario e importante, lo es aún más, el tratar de evitar que eso vuelva a suceder. Ese logro es aún superior.
- Es probable que, en muchas ocasiones, no se tenga éxito reinsertando a la persona culpable, pasen los años que pasen; se castigue como se castigue. En ese caso, en vez de centrarnos en como ampliar el castigo o, incluso, en como eliminar el problema puntual (pena de muerte) para evitar posibles reincidencias, debemos ir a lo más importante: a como evitar que en un futuro salgan más personas como ésta, totalmente irreconducibles. Y ahí la educación pasa a tener un papel importante. Es posible que sea inevitable que, de vez en cuando, salga una persona fuera de todo esquema y que sólo pueda hacer daño en toda su vida. Pero debemos de tratar de minimizar, y si se puede, eliminar esta posibilidad. Para ello, debemos vivir en una sociedad sana, en una sociedad no excluyente, que ayude a los demás cuando lo necesitan y según sus necesidades. Y, sobretodo, una sociedad que comprenda y atienda las víctimas pero que no traslade su odio personal e inevitable, es decir, su deseo de venganza, a los demás, porque de éstos tienen que emerger las cabezas frías que puedan juzgar y porque, de éstos, también cabe la posibilidad de que vuelvan a salir nuevos verdugos. O no.
Alex Mesa
29-10-2013
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Estoy de acuerdo contigo sobre la definición de justicia, los que la imparten deben ser totalmente imparciales, ajenos a los hechos sucedidos pero conscientes enteramente de las consecuencias de los actos que han producido el hecho delictivo, y de este modo, intentar castigar "justamente" con la pena que le caiga al culpable. (Con más o menos años, dependiendo del número de pruebas que se hayan conseguido aportar).
ResponderEliminarSí bien es cierto, que vivimos en un país que intenta compensar a las victimas castigando a los culpables, (lógicamente deben de ser castigados), pero existe la creencia o la consideración que todos pueden ser reinsertados en la sociedad tras cumplir su castigo. Mi opinión, es que merecen recuperar su vida en la sociedad porque en principio, han pagado su culpabilidad no sólo pasando años en cárceles sino seguramente compensando a las vicitmas económicamente. Sí, pueden ser reinsertados y conseguir el "perdón".
Los que no conseguirán ser reinsertados, sinceramente, se prevé que no lo conseguirán y serán trasladados a centros psíquiatricos donde bajo una cárcel paralela cumplirán condena y serán ajenos a la sociedad.
El sistema funciona. La reinserción funciona. Cierto es que alguna vez a fallado, se ha soltado al reincidente, se ha dejado libre antes de tiempo y la cura no se ha producido. ¿Porque ha sucedido? Muy facil, la permisividad de algunas normas previstas para mejorar la situación de presos con buen compartamiento, los cuales sí consiguen mostrar que se estan adaptando a las normas sociales, y les benefician acotando su pena o dejandoles en el tercer grado, el que les permite salir de la cárcel unos días concretos, son utilizados por abogados hábiles que cumpliendo con su obligación de defender los intereses de su cliente, consiguen beneficios no aptos para los que no lo mercen. Engañan a los médicos, con un comportamiento normal y una vez libres, vuelven a su esencia. Son pocos, pero existen.
Debemos creer en el sistema, sin él, las penas de las víctimas no resarcirán.
Un buena reflexión por tu parte,
Saludos.